Una Moneda por la Libertad
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Imagen generada por Leonardo AI. |
Este relato ha sido publicado en inglés en la revista SciFanSat, número 20, como A Coin for Freedom.
Una Moneda por la Libertad.
Ser libre sin pedir permiso es la transgresión que cometo cada día. Hoy los que me conocen me admiran, me temen o me envidian y maldicen por su propia esclavitud.
No obstante, lo que muchos no saben es que mi libertad comenzó al estar cautiva.
***
Casi he olvidado por qué estaba en aquella celda de piedra sucia, aunque no he olvidado los índices huesudos que señalaban mi rostro en el templo. “¡Hechicera!”, gritaban, “¡es una de ellas!”, “¡es una de sus siervas!”, “¡la hemos visto conjurar con huesos de serpiente!”.
En Lanthem, las mujeres tenían vedado el uso de la magia desde la Era de Ennos, todos sabían que las mujeres que la empleaban eran seguidoras de Innu, la Señora del Caos Primordial, la diosa prohibida. Solo las sacerdotisas del sagrado panteón del continente poseían cierta libertad para llamar a la esencia de la Nymbria, el plano de los dioses, y atender las heridas de soldados o aventureros que lograban llegar a tiempo ante ellas. Y yo no era una de esas mujeres.
Nunca se me habría ocurrido pensar siquiera en lanzar un rezo. Todo tenía un orden, un equilibrio que debía mantenerse. Sabía el lugar que me correspondía y cuidaba de no traspasar línea alguna.
No creo que llegue a saber si fue por azar, destino, o una broma caprichosa de la historia. Pero allí estaba, la niña buena, la mansa, en medio del fuego de una guerra entre clanes por no querer tomar partido. De alguna forma, me había convertido en su pecadora por haberme negado a pecar.
Y entonces me encontró, exhausta tras días en la húmeda piedra de los calabozos.
Malnutrida y con la visión borrosa, escuché el suave tintineo del metal rodando hasta que rozó mi mano derecha. Una voz profunda y sin cuerpo, con cierto tinte femenino, se dirigió a mí desde todas partes y ninguna. Era incapaz de localizarla, ¿hablaba quizás en mi cabeza?
«¿Cuántas veces te has dicho que todo debe cambiar mientras te aferras a lo establecido, niña?».
Intenté preguntar, saber quién o qué era, y aunque nada salió de mis labios la voz contestó.
«Sabes quién soy, aunque me temas. Mi nombre resuena en los recovecos de tu mente mientras se marchita. Soy la que destruye y crea, la que susurra entre las fisuras del orden, la que juega entre aleteos de mariposa, el brote de locura que alumbrará a tu razón dormida.
»Deja de temerme, Erin. Es el momento. Vuestra decrépita estructura ya se tambalea, los cimientos se resquebrajan a lo largo y ancho de todo Lanthem.
»El orden es importante, como lo es romperlo para que este se mueva y se limpie la ponzoña que se enquista en sus muros.
»Abrázame, libérate y libera. Si lo haces, la incertidumbre será tu compañera y cuando todo parezca desmoronarse, recordarás que lo que se desmorona a nuestro paso es solo una antigua prisión. El cambio habrá comenzado».
—¿Qué debo hacer? —atiné a preguntar entre susurros mientras sentía que algo de mí comenzaba a desperezarse, algo antiguo y dormido, latente bajo mi piel.
«Deja de planear cada centímetro de tu vida y, de vez en cuando… lanza una moneda. Transfórmate en el cambio que nadie espera, hija mía».
—Innu...
***
Es posible que se inventaran todo al señalarme, y puede que el aleteo de sus manos iniciara la tormenta. Las palabras tienen poder y la historia es amante de la ironía.
Abrí los ojos por fin. La esencia de la Nymbria recorría cada poro hasta renovar mi cuerpo venciendo a la fatiga. Miré mis dedos, extendidos en la piedra, rozando el metal cobrizo que había escuchado antes rodar hacia mí; una moneda esperando paciente a ser lanzada. «Así sea», pensé sonriendo para mí misma.
Sintiendo aún el pulso eléctrico en mis venas, empecé a incorporarme y lancé la moneda creyendo firmemente que ya era libre a pesar de los barrotes. No necesitaba huesos de serpiente o sangre de dragón, pociones o palabras antiguas. La magia había existido mucho antes que cualquiera de esas cosas.
Fe. Eso era. Creer sin resquicio de duda que era posible.
Y sin plan aparente, la moneda jugó su papel movida por los hilos de un caos incomprendido.
El guardia, que traía un panecillo duro y algo de agua, no lo vio venir y, distraído, resbaló y cayó estrepitosamente en el suelo irregular de la prisión haciendo volar las llaves hasta la celda. La escena había sido tan absurda que me costó contener una carcajada.
Cuando el guardia recobró el conocimiento, su larga capa gris y yo ya habíamos desaparecido.
Así como la llave, pues sigue conmigo tras lo sucedido, colgando en mi cuello para recordarme que soy libre, que el caos es el inicio de un nuevo orden, y que no pienso dejar de abrir puertas a mi paso.
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