La Última Chispa
Image by Dee on Pixabay (AI-generated).
Este relato ha sido publicado en inglés en la revista SciFanSat, número 19, como The Last Spark.
La Última Chispa
No sabía en qué momento se había dado cuenta de que algo fallaba, de que tal perfección no era posible. Pero la idea de que todo era una ilusión se había hecho cada día más palpable.
El cielo sobre su cabeza apenas variaba, como no variaba el clima. Los objetos no parecían desgastarse con el uso o con el tiempo como lo hacían en la oficina. La pintura roja de aquel maldito banco de madera seguía siendo perfecta tras años de exposición, y se descubrió a sí mismo rayando una esquina con una de sus llaves, esperando encontrar el esqueleto de madera que debía esconderse bajo la capa de barniz inmutable.
—¿Y bien?
John se sobresaltó ante la súbita aparición del adolescente. Elijah siempre parecía salir de la nada, y John se apresuró a guardar las llaves en uno de los bolsillos de su tejano mientras alzaba su mirada hacia el chaval pelirrojo, que lo observaba divertido.
—¡Elijah! ¡Por Dios, me has asustado! —John respiró hondo y alargó su brazo hacia el suelo para coger un par de cafés— Ten, he cogido unos especiales, llevan caramelo, están realmente buenos.
Elijah tomó uno de los vasos de papel y se sentó al lado de su nuevo amigo. John tenía unos veinte años más que él, aunque poco importaba. A pesar de su apariencia esnob, con su pelo rubio ceniza peinado hacia atrás, perfecto y brillante, era un tipo de mente abierta y sabía que llevaba tiempo haciéndose las preguntas adecuadas. Así que, sin perder la sonrisa, señaló la esquina del banco y repitió la pregunta.
—¿Y bien?
John le miró dubitativo, sabía que los demás lo tomarían por loco, y quizás lo estaba. No obstante, el chico sospechaba lo que podía estar pensando su amigo y volvió a tomar la palabra.
—No estás loco, John. Y, afortunadamente, hay otros que lo saben.
John miró a Elijah con los ojos muy abiertos y dio un sorbo a su café, dándose otra pausa antes de preguntar.
—¿Qué saben? ¿Qué otros? ¿De qué hablas, Eli?
—Bueno, unos pocos empezaron a hacerse preguntas hace un tiempo. Pasa de vez en cuando por lo que sé. Pero debéis tener cuidado, tarde o temprano os encontrarán y, entonces, activarán el plan de contingencia.
***
Ahí había empezado todo para John. La misión de su vida.
Y en eso pensaba mientras accedía al sistema desde su estación en el departamento R26. En eso y en Chelsea, la dulce Chelsea, a la cual no volvería a ver cuando inutilizara los chips. Y en sus hijos, Dylan y Claire, con sus cabellos negros alborotados repletos de rizos, saltando en ese mismo parque donde había conocido a Elijah unos meses atrás.
Sin embargo, todo era mentira. Chelsea, Dylan, Claire, Mr. Robinson, el entrañable vecino que acostumbraba a llevarles aquellas dulces tartas de manzana casi cada fin de semana, cuando se reunían felices en un patio que tampoco era real.
“Quiero que existas”, pensaba cada vez que besaba a Chelsea. “Quiero abrazarte para siempre…”.
Al final de cada jornada, observaba a sus compañeros entrar en sus cápsulas y veía cómo se elevaban para salir a ninguna parte. Era el chip insertado en sus cuerpos el que les decía que salían del trabajo e iban a sus casas, sus bares, sus parques, sus cines… cuando en realidad seguían allí atrapados, ignorantes de la macabra realidad.
John se decía a sí mismo que iba a ser un héroe. Pasaría a la historia por liberar a la primera ola entre sus congéneres, humanos esclavizados por otros humanos. Y, aunque no conocía el mundo real más allá de las oficinas de Havenor, sabía que los recursos escaseaban, que la guerra había dejado de ser negocio en algún punto del camino, y que los humanos de allá afuera harían todo lo posible para evitar el “ruido” que generaba su contraparte.
Ahora, ese ruido se almacenaba entre mentiras virtuales, como juguetes prescindibles, metidos en sus cajitas cristalinas al terminar la jornada.
Pero no eran prescindibles, y la resistencia lo sabía. Eran ellos los que aprendían sobre las ciencias —matemáticas, física, robótica, medicina…—; eran los estudiantes y los técnicos a los que acudían cada día para resolver los problemas de un mundo que creían conocer. Matemáticas, física, robótica, medicina…
Sin embargo, eran los que poseían los recursos, y lo que Elijah llamaba dinero, los que seguían dominando el planeta allá afuera.
***
¿Pero qué pasaría después? Cuando los chips fueran corrompidos, cuando el programa dejara de servir la fantasía perfecta y se encontraran haciéndose preguntas incómodas en unas cápsulas inservibles… ¿Qué sucedería cuando sus mentes se liberaran de las ataduras de sus titiriteros? ¿Querrían eso? ¿Despedirse de sus propias Chelseas, Dylans y Claires? ¿Luchar por su puesto en un mundo que les era ajeno?
Quizás la sola idea les hiciera vomitar. Desde luego, era lo que deseaba John en ese momento mientras accedía al último panel desde su estación.
Y allí estaba, entre las herramientas de diagnóstico,… el plan de contingencia.
John tragó saliva. Elijah había arriesgado mucho al reunirse con ellos. El joven del exterior había encontrado la forma de infiltrarse en la simulación y contarles la verdad.
Pensó en Ruth, Mario y Mali, cabezas de una resistencia que llevaba largo tiempo planeando la liberación de sus mentes esclavizadas, un plan en el que faltaba una sola pieza hasta que le encontraron, alguien que trabajara en el R26.
Todos ellos eran auténticos seres humanos. Todos dependían de lo que tecleara en la terminal en esos instantes. Y, de pronto, solo podía pensar en lo que hubiera dado por no tratar de rayar aquel condenado banco de madera. Por no saber que la sonrisa de Chelsea no existía fuera de los muros de Havenor. Por olvidar que las canciones tontas de sus hijos en el parque no eran más que una narración, un cuento creado para encadenar su psique a una vida que nunca quisiera cuestionar.
Y, tras algunos golpes más de teclado, asintió para sí mismo, se levantó y se dirigió hacia su cápsula junto al resto de sus compañeros.
Fin de la jornada.
Fin del dilema.
John entró en el artefacto tratando de convencerse de que había hecho lo correcto. Cerró los ojos y dejó que el barrido del programa encontrara cada “anomalía”, cada pregunta peligrosa, y sobrescribiera dudas y recuerdos con la precisión de un cirujano experto.
Elijah nunca lo comprendería, había nacido al otro lado del espejo, con la noción romántica de un niño que no puede saber lo que significa perderlo todo.
Y sonrió pensando “la ignorancia es la felicidad”, antes de que la frase se desvaneciera, llevándose consigo la última chispa de la resistencia.
Comentarios
Publicar un comentario
Cuéntame algo...