Crónica de Una Independencia Anunciada - "L'octubre vermell" (Artículo de opinión)
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Ante todo, quiero dejar claro que no expongo ninguna de estas líneas como catalana o independentista, ya que soy canaria. No obstante, no me hace falta pertenecer a ningún pueblo concreto para ser demócrata y creer en la libertad.
¿Qué pasará ahora? es una pregunta en la cabeza de millones de personas minuto a minuto, pues a cada declaración pública surge la misma cuestión en un panorama político y social tan incierto. Pero más allá de la incertidumbre actual, son la intolerancia y la falta de diálogo las que me preocupan como ser humano, y la eterna transición que parece atravesar nuestro país tras el régimen franquista acontecido hace ya décadas, pero cuya sombra aún se cierne sobre nosotros (alguna con nombre propio). Muchos son los que en las redes manifiestan abiertamente que “Franco sigue vivo”, y es para reconocer que su aparente reencarnación en las actuales figuras del Estado nos insta a pensarlo. El paisaje actual nos deja ver a un nuevo rey prácticamente invisible y con tendencias a no entender bien el concepto de democracia, aferrándose a un título que nada tiene que ver con ella y, sin embargo, afirmando que luchará por una España mejor y más democrática mientras un número ingente de personas en la calle, bandera republicana en mano, pide a gritos un referéndum para decidir la permanencia o no de una monarquía ya obsoleta a ojos de muchos. Un rey que ha desoído el llamamiento de una Cataluña dividida que necesitaba expresarse y decidir por su futuro, y que ha apoyado a Rajoy en unos argumentos que se ven relegados a poco más que llantos infantiles (las leyendas ya dicen que, si escuchas bien sus prodigiosos discursos, puedes oír con claridad: “Cataluña es mía, mía, mía, y si los catalanes no quieren, sigue siendo mía...”). También podemos observar con asombro al PSOE traicionando a sus militantes mientras abrazaba la nueva monarquía porque, argumentada frase, “somos republicanos de corazón”. Un PSOE que parece ser la nueva sombra del Partido Popular, que permitió gobernar a Rajoy por omisión, y que bien podría terminar de acercarse a ellos y convertirse en el PPSOE, mostrando un lema no escrito pero ya puesto en práctica sin asomo de duda: “Todo menos lo que votas”. Y qué decir de un partido como Ciudadanos, que sirve a todos menos a los ciudadanos y coge afectuosamente la mano del nuevo Franco o, peor, intenta beneficiarse de algo que solo puede compararse a un golpe de Estado, aunque sin uniforme militar (por ahora). Y es que, estando en Cataluña en estos momentos, oigo cada día aquello de “¿Cuándo llegarán los tanques?”, más de uno ya los espera. Parece ser que los políticos españoles en general, salvo contadas excepciones, no recuerdan, sin embargo, que toda gran acción puede conllevar una explosiva reacción. Quizás si hubieran asumido que en realidad no son ellos los que gobiernan, sino los que nos representan; si hubieran llevado a referéndum a la monarquía, a la España plurinacional que promueve nuevamente Pablo Iglesias, o a la modificación del sistema de votos en el que un voto no vale un punto según la población (reduciendo la renovación política necesaria y aumentando las posibilidades del anquilosado bipartidismo), o a la propia Constitución, inamovible sin importar su edad y circunstancias; si no hubieran optado por enardecer los conflictos entre hermanos; si no hubieran optado por la violencia moral y física acontecida el 1-O, con más de 800 heridos (eso sí, sin discriminación, pues poco importaba que fueran gente pacífica o señoras que podrían haber sido sus abuelas); si no hubieran tratado de impedir el amplísimo movimiento social de un pueblo que iba a votar por lo que creía; si no hubieran tomado presos políticos… Si hubieran hablado, si hubieran escuchado... si no importaran los resultados que se arrojaran porque estaría decidiendo democráticamente el pueblo… Pero nada de esto se ha respetado, y la represión y la censura en cadena “acaban rompiendo el chicle”. Acción, reacción.
¿Qué pasará ahora? es una pregunta en la cabeza de millones de personas minuto a minuto, pues a cada declaración pública surge la misma cuestión en un panorama político y social tan incierto. Pero más allá de la incertidumbre actual, son la intolerancia y la falta de diálogo las que me preocupan como ser humano, y la eterna transición que parece atravesar nuestro país tras el régimen franquista acontecido hace ya décadas, pero cuya sombra aún se cierne sobre nosotros (alguna con nombre propio). Muchos son los que en las redes manifiestan abiertamente que “Franco sigue vivo”, y es para reconocer que su aparente reencarnación en las actuales figuras del Estado nos insta a pensarlo. El paisaje actual nos deja ver a un nuevo rey prácticamente invisible y con tendencias a no entender bien el concepto de democracia, aferrándose a un título que nada tiene que ver con ella y, sin embargo, afirmando que luchará por una España mejor y más democrática mientras un número ingente de personas en la calle, bandera republicana en mano, pide a gritos un referéndum para decidir la permanencia o no de una monarquía ya obsoleta a ojos de muchos. Un rey que ha desoído el llamamiento de una Cataluña dividida que necesitaba expresarse y decidir por su futuro, y que ha apoyado a Rajoy en unos argumentos que se ven relegados a poco más que llantos infantiles (las leyendas ya dicen que, si escuchas bien sus prodigiosos discursos, puedes oír con claridad: “Cataluña es mía, mía, mía, y si los catalanes no quieren, sigue siendo mía...”). También podemos observar con asombro al PSOE traicionando a sus militantes mientras abrazaba la nueva monarquía porque, argumentada frase, “somos republicanos de corazón”. Un PSOE que parece ser la nueva sombra del Partido Popular, que permitió gobernar a Rajoy por omisión, y que bien podría terminar de acercarse a ellos y convertirse en el PPSOE, mostrando un lema no escrito pero ya puesto en práctica sin asomo de duda: “Todo menos lo que votas”. Y qué decir de un partido como Ciudadanos, que sirve a todos menos a los ciudadanos y coge afectuosamente la mano del nuevo Franco o, peor, intenta beneficiarse de algo que solo puede compararse a un golpe de Estado, aunque sin uniforme militar (por ahora). Y es que, estando en Cataluña en estos momentos, oigo cada día aquello de “¿Cuándo llegarán los tanques?”, más de uno ya los espera. Parece ser que los políticos españoles en general, salvo contadas excepciones, no recuerdan, sin embargo, que toda gran acción puede conllevar una explosiva reacción. Quizás si hubieran asumido que en realidad no son ellos los que gobiernan, sino los que nos representan; si hubieran llevado a referéndum a la monarquía, a la España plurinacional que promueve nuevamente Pablo Iglesias, o a la modificación del sistema de votos en el que un voto no vale un punto según la población (reduciendo la renovación política necesaria y aumentando las posibilidades del anquilosado bipartidismo), o a la propia Constitución, inamovible sin importar su edad y circunstancias; si no hubieran optado por enardecer los conflictos entre hermanos; si no hubieran optado por la violencia moral y física acontecida el 1-O, con más de 800 heridos (eso sí, sin discriminación, pues poco importaba que fueran gente pacífica o señoras que podrían haber sido sus abuelas); si no hubieran tratado de impedir el amplísimo movimiento social de un pueblo que iba a votar por lo que creía; si no hubieran tomado presos políticos… Si hubieran hablado, si hubieran escuchado... si no importaran los resultados que se arrojaran porque estaría decidiendo democráticamente el pueblo… Pero nada de esto se ha respetado, y la represión y la censura en cadena “acaban rompiendo el chicle”. Acción, reacción.
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